15.6.09

El calor y los bares


Calor. Los bares se convierten en oasis en medio de la calima. Caminando por la calle los carteles de "local climatizado" te llaman prometiendo un mundo mejor, más fresco.

Mientras andas, las piernas pesan y se convierten poco a poco en apéndices que se arrastran y dejan rastro en el asfalto reblandecido. El sistema de refrigeración corporal funciona a pleno rendimiento y es un asco, las gotas de sudor resbalan por los lados de la cara, por dentro del cuello de la camisa, por la pista deslizante de la columna vertebral.

Dentro del local el clima es más amable, tras unos minutos reparadores en los que se recobran las constantes vitales, los ojos se adecuan a la escasa luz interior, en la barra después de pedir, se puede seguir el baile frenético de las camareras - ¿qué va a tomar? sí,  ahora mismo - Lavan loza, sirven cafés, tiran cerveza rematada por una coronilla blanca de espuma efímera. Los clientes habituales entablan con ellas conversaciones a diario repetidas, intercambian guiños complices propios de los que se ven todos los días pero realmente se desconocen.

Tras agotar el refresco, tras pagar, no queda otra opción que salir a la calle, por unos minutos has podido olvidar el calor, el día de locos que llevas y la vida azarosa que tenías antes de entrar allí y la que te espera al salir. Por un momento se te pasa por la cabeza hacerte fuerte en el bar y reducir tu existencia a ese pequeño mundo sobre la banqueta, acodado a la barra de mármol. Negarte a salir, encerrarte dentro en favor de alguna causa noble, de las que hoy son asumidas como nobles, tal vez el cambio climático. Pero enseguida piensas que quizás no sea  tan buena idea al fin y al cabo, seguro que acabarían por desenchufar el aire acondicionado.

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