19.3.09

Best Seller

 Tomar la decisión no fue difícil. Una tarde después del trabajo entró en la tienda de informática por la que pasaba todos los días por la mañana, cuando iba a la oficina y por la tarde, cuando volvía con aquella sensación de tiempo perdido. Aquel día por fin se decidió y se compró un ordenador de sobremesa, - los portátiles se venden mucho ahora – le dijo el chico con aire de suficiencia informática. ¿Para qué quería un portátil? su casa no era grande y no pensaba usarlo nada mas que en un sitio. Tampoco tenía ningún otro sitio al que ir, así que no necesitaba un ordenador portátil porque simplemente no había ningún sitio a donde “portarlo”.

 Junto con el ordenador, un modelo medio, nada del otro mundo, compró una impresora, láser, en blanco y negro, no quería color, no lo necesitaba, solo que imprimiese las hojas que pensaba escribir. Cuando lo tuvo en casa lo colocó todo en la habitación que tenía vacía, enchufó todos los cables y lo encendió, en la tienda le habían asegurado que solo tenía que conectarlo, cada cosa en su sitio, no había posibilidad de equivocarse. Esperó con impaciencia a que se cargase el sistema operativo, cuando estuvo arrancado buscó el procesador de textos y lo abrió. La pantalla apareció ante él como un océano (blanco en este caso), liso y por surcar.

 Había decidido lanzarse sobre el teclado y no dejar de teclear hasta que tuviese un bestseller, un autentico pelotazo que lo sacase de aquella vida anodina que lo aplastaba y que todos los días desde que se levantaba de la cama le acompañaba como un perro lazarillo.

 Lo peor vino después, cuando por más que miraba aquellas teclas no era capaz de hilar ni una frase. QWERT, ASDFG, el orden caprichoso de las letras, revueltas en una disposición vendida a la eficacia y a la velocidad, le provocaba un efecto de mareo y desconcierto como el que experimentaba cada lunes a las 7 de la mañana cuando sonaba el despertador y después de remolonear en la cama durante cinco, diez incluso 15 minutos se sobresaltaba pensando que ya llegaba tarde al trabajo, 

 - mierda, odio empezar el día corriendo.

 Empezó a creer que si las letras en el ordenador, estuviesen en el orden alfabético que todos aprendimos en la escuela, las palabras surgirían de sus dedos como disparos de un rifle que impactarían en la pantalla hasta conformar un texto legible y aún más, un texto que provocase a la gente a leerlo con ansia. Se lo llevarían de las librerías y de los estantes de los grandes almacenes con verdadera necesidad vital de poseer aquello y leerlo como si fuese lo último que harían en su vida. Se lo llevarían junto con la leche, el pan y el resto de la compra, en un lugar privilegiado del carro: en la silla destinada a los niños, allí iría su libro, a salvo de los empujones que tienen que sufrir el resto de los artículos, nada de llevar encima una bolsa de patatas que le llenase de tierra y mucho menos sufrir la pestilencia de un queso curado que impregnase las hojas hasta quedar en ellas como parte de su esencia. Su libro sería algo especial que se vendería como no había ocurrido hasta entonces.

 Quería escribir, deseaba hacerlo, quería contar historias, pero lo que más deseaba era procurarse un medio para que su vida diese un giro, no, solo eso no, su vida debería cambiar totalmente, volverse interesante, él mismo sería otra persona, ya no sería aquel hombre que ocupaba un asiento en el metro, sumiso, en silencio, que sin protestar ocupaba el espacio que el mundo le dejaba y en el que siempre parecía estar estrecho como con en un traje una talla menor, una nueva persona saldría como consecuencia del rotundo éxito que alcanzaría con aquella novela.

 No creía en la suerte (al menos en la suya), y en consecuencia rara vez se pasaba por la administración de lotería. Ni entendía, ni le interesaba el fútbol, por lo que la quiniela era para él como si estuviese escrita en checo. La primitiva le agobiaba, 49 números esperando ser elegidos. Parecía que le miraban desde el impreso y le imploraban que los marcase para que saliesen del anonimato al que les condenaba el formar parte de una masa, de una correlación en la que cada uno tenía su puesto y tenía su carácter. Algunos números tenían alma propia, pensaba, había números de primera y otros con menos caché. A él le gustaban los números sin pedigree y por eso mismo creía que cualquier combinación que él marcase nunca resultaría agraciada, el primero que elegiría sería el 13, un número que le caía simpático, él era así, había nacido un día 13. Después seguro que cogía el 49, era el último y era de justicia darle la oportunidad que el orden aritmético no le había dado. Así hasta conformar los 6 de la combinación, ¡ah! y el complementario, pobre. Estaba condenado a ser una especie de reserva, un segundo plato después de los titulares y solo si hacía falta, tenía la oportunidad de tener un papel relevante.

 A menudo la gente elegía los números por razones diversas, el cumpleaños de su mujer, de sus hijos, incluso de su perro, él carecía de todo eso, ni mujer, ni hijos, ni mascotas, ni padres, algún familiar al que hacía años que no veía, en resumen, nadie. Los números de su vida eran ciertamente tristes. El 1, de hijo único, nació un 13, como ya hemos dicho, no era supersticioso pero... El 50 de los años que tenía ya no le servía para ninguna combinación. El 25, que eran los años que llevaba en la empresa, pero dudaba que este dato trajese aparejado ningún tipo de suerte (ni mala, ni mucho menos buena). Había pensado a veces que debería hacer combinaciones del tipo de: número de coches rojos que se cruzaría en la siguiente hora, o número de mujeres rubias que pudiese contar desde su asiento del metro a la vuelta del trabajo. Las rubias siempre habían sido su debilidad, no pensaba en rubias cañón al uso, simplemente le gustaban desde que vio en Casablanca a Ingrid Bergman abrazada a Humphrey Bogart con aquella angelical cara. Desde aquel día decidió que una expresión como aquella solo era capaz de tenerla una mujer rubia; bueno en el fondo también debía reconocer que las rubias le recordaban a su madre, que no lo era natural, pero todos los recuerdos que conservaba de ella eran con el pelo liso teñido de un rubio suave y siempre con una expresión de ojos llorosos mirando al infinito con, a su vez, infinita melancolía. Cuando vio Casablanca, no pudo menos que asociar aquella imagen a la de su madre. En la película la protagonista se veía entre dos amores muy distintos e incompatibles, uno el deber y otro la pasión. Su madre le hablaba poco de su padre, pero le hablaba menos aún del que fue su marido. Solo sabía que su padre murió antes de que naciera y que su madre se casó con aquel señor al que por mucho que lo intentó no pudo nunca llamarle padre. Murió también cuando apenas tenía diez años.

 Su vida, entonces, debía cambiar a través de aquellas páginas, pero cuando se dio cuenta de que era incapaz de que el teclado sonase bajo el ritmo trepidante de sus golpes, de que de su mente saliese una trama cautivadora y adictiva, empezó a escribir dejando que las yemas de sus dedos fuesen una continuación de sus pensamientos. Aquello no era un texto normal, a veces ni siquiera eran palabras pertenecientes a ningún idioma conocido, escribía cosas como: alcuércano, palidifuso o veranosear, eran palabras que le venían a la mente cuando recordaba ciertos episodios de su vida, nunca supo porqué pero para él tenían un significado concreto y nítido, incluso más que el que tenían muchas palabras existentes. Le habían acompañado durante toda su vida, las había mantenido a raya en su pensamiento por vergüenza, pero ahora decidió dejarlas salir, aunque en realidad mas que un acto voluntario era como si las palabras represaliadas y escondidas como monstruos, hubiesen tomado por la calle de en medio y saliesen al mundo exterior sin pedir permiso a su dueño. Las frases no tenían una estructura lógica y formal: sujeto, verbo, predicado, complementos; todos podían fluctuar por la frase buscando su sitio, no el que la sintaxis les tenía reservado, buscaban otro lugar en el que se sintiesen mas cómodos, de manera que lo escrito, al ser leído, adquiriese una sonoridad especial y única.

 Eran destellos de lo que pensaba en ese momento, especialmente le gustó una que escribió varios días después de haber empezado aquel juego, se le ocurrió justo después de ponerse su té vespertino, el tacto de la taza le recordó el calor asfixiante de los veranos en el pueblo de los abuelos, era un pueblo de castilla donde nadie se atrevía a salir entre las 12 de la mañana y la puesta de sol a menos que hubiese una razón de verdadera importancia. Durante aquellos días de calor la palabra veranosear acudía constantemente a su cabeza, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no soltar a cada momento el dichoso verbo, en infinitivo o en cualquiera de sus conjugaciones según requiriese la ocasión. Así que aquel día al calor del té escribió: alegróme tanto vacaciones nunca ya, no hubiese soportado un verano más veranoseando. La escribió y se sintió feliz como no se había sentido hacía mucho tiempo.

 Todas aquellas ideas convertidas en Times New Roman de tamaño 12, empezaron a hacerle compañía. Día tras día se sentaba delante del ordenador y vaciaba su mente de pensamientos en el procesador de textos. Llegaba del trabajo y algunos días, sin quitarse siquiera la chaqueta se sentaba al teclado a escribir lo que se le había ocurrido durante el día, aquella luz de recién amanecido, el viento en el pelo largo y, como no, rubio de una mujer, todo lo que le había sucedido y todo lo que le sugería el mundo que le rodeaba y el que inventaba.

 Cada vez que se sentaba se decía que sería la última, estaba claro que aquello no le serviría para que su vida fuese distinta, por lo tanto lo consideraba inútil e incluso un poco vergonzante, pero en el fondo sabía que para él era un bálsamo.

 Suponía que lo que hacía no era literatura, pero sí sabía que era mucho más barato que un psiquiatra y poco a poco aprendió a hablar con aquel rostro que se reflejaba en la pantalla del ordenador y por el que acabó sintiendo cierta simpatía.

2 comentarios:

Nieves dijo...

Hola Carlos, me ha gustado mucho el Best Seller.Muy original.
Pero también observo que eres muy poeta.
Hasta mañana, espero.

CarlosOllero dijo...

Me alegro de que te guste. Respecto a lo de la poesía, aquí hacemos a todo, como podemos.