Debió pasear su figura alta y desgarbada por las aceras cerca de NotreDame, con las manos metidas en los bolsillos del gabán y el cuello subido para esquivar el relente, fumando y tramando su próxima historia, el siguiente relato.
Observando lo que la vida le ofrecía, tamizando la realidad a través de sus ojos, destilando la vida a través de sus manos y su pluma.
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