El gran simio se rascaba la axila derecha con la mano izquierda mientras observaba el día que le esperaba. El sol salía tras la neblina, parecía de atrezzo, ni amarillo, ni naranja, era de un color parecido al del vómito de una cría que solo se alimenta de leche.
Tras la axila le tocó el turno a la nariz, con movimientos concienzudos pudo obtener, al fin, lo que buscaba, entonces, a su derecha se situó una hembra joven, miraba hacia delante, más allá el cristal que tenía delante, concentró su vista en el reflejo que le éste le devolvía y empezó a pasarse la mano una y otra vez por el pelo de la cabeza. La indiferencia hacia el macho al lado del cual se había colocado era absoluta, sin embargo éste solo hacía que observarla con ojos de curiosidad o simplemente de deseo rutinario, es decir él era una macho, ella una hembra ¿qué otra cosa podía sentir hacia ella que no fuese deseo?
Mientras ésto ocurría, un macho joven se interpuso entre uno y otra haciendo que la atención de ella se concentrase en los cromados brillantes de la motocicleta que había situado entre los dos coches hasta justo la raya que los tenía alineados frente al semáforo. Veía como los ojos de ella se recreaban en los muslos que se vislumbraban tras los pantalones vaqueros, ante lo cual nuestro gran simio empezó a hacer aspavientos con las manos y a mover la cabeza de un lado a otro como enloquecido, la excusa: la desvergüenza de los moteros al colarse entre los coches. Fueron tantos y tan estruendosos los movimientos de nuestro mono que aún después de cambiar de color el semáforo, él seguía enfrascado, saltando en su asiento de conductor, solo los reiterados pitidos del autobús que tenía tras él le devolvió a la realidad y por fin arrancó siguiendo la estela de la moto del joven simio que había metido gas a fondo y había salido haciendo ruedas con su moto de gran potencia.
Tras la axila le tocó el turno a la nariz, con movimientos concienzudos pudo obtener, al fin, lo que buscaba, entonces, a su derecha se situó una hembra joven, miraba hacia delante, más allá el cristal que tenía delante, concentró su vista en el reflejo que le éste le devolvía y empezó a pasarse la mano una y otra vez por el pelo de la cabeza. La indiferencia hacia el macho al lado del cual se había colocado era absoluta, sin embargo éste solo hacía que observarla con ojos de curiosidad o simplemente de deseo rutinario, es decir él era una macho, ella una hembra ¿qué otra cosa podía sentir hacia ella que no fuese deseo?
Mientras ésto ocurría, un macho joven se interpuso entre uno y otra haciendo que la atención de ella se concentrase en los cromados brillantes de la motocicleta que había situado entre los dos coches hasta justo la raya que los tenía alineados frente al semáforo. Veía como los ojos de ella se recreaban en los muslos que se vislumbraban tras los pantalones vaqueros, ante lo cual nuestro gran simio empezó a hacer aspavientos con las manos y a mover la cabeza de un lado a otro como enloquecido, la excusa: la desvergüenza de los moteros al colarse entre los coches. Fueron tantos y tan estruendosos los movimientos de nuestro mono que aún después de cambiar de color el semáforo, él seguía enfrascado, saltando en su asiento de conductor, solo los reiterados pitidos del autobús que tenía tras él le devolvió a la realidad y por fin arrancó siguiendo la estela de la moto del joven simio que había metido gas a fondo y había salido haciendo ruedas con su moto de gran potencia.
Información sobre el proyecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario