- Buenas.
- ¿Por aquí otra vez?
- Sí, hoy no tengo ganas de subir pa la plaza. Me quedaré por aquí. Oye ¿Cuántos bares habrá allá arriba?
- Yo que sé, yo no subo y menos a los bares, ya tengo bastante con atender a éste.
- Hombre, pero más o menos.
- Más o menos... como seis.
- Pues eso, prepara seis rondas.
- ¿Y por qué nos subes?
- La puta de la pierna, cada vez que llueve ni bastón ni ná, es un dolor que me entra por el hueso y baja a la rodilla que deja pal arrastre.
- Quizá no deberías salir de casa.
- Quita, anda ponme de beber, cocacola, light. Desde el ataque ni el azúcar puedo catar.
- ¿Sola? Se te va a hacer larga la tarde.
- Bueno, bautízala un poco, na más para quitarle un poco el sabor.
- ¿Dyc?
- Ya lo sabes. Y si en la plaza hay seis bares ¿en todo el pueblo? La de ellos que habrá, de joven salía todos los días y recorría cada uno antes de irme a casa, ahora no puedo pasar de la carretera pa allá, no me sostienen los zapatos.
- Toma, ¿quieres un pincho?
- ¿queda magro?
La luz del sol de la tarde entraba por las cristaleras ahumadas por años de servicio. El viejo, de espaldas, bebe sin prisas y piensa mirando a sus pies, levanta la vista y alarga su mano al plato que le ofrece el camarero.
La luz del sol de la tarde entraba por las cristaleras ahumadas por años de servicio. El viejo, de espaldas, bebe sin prisas y piensa mirando a sus pies, levanta la vista y alarga su mano al plato que le ofrece el camarero.
- Cincuenta y ocho.
- Cincuenta y ocho ¿qué?
- Bares, cincuenta y ocho bares, con el último que han abierto, a ver si un día de estos voy a conocerlos.
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