15.7.09

Señora de

Como si me interesara buscarla, di una vuelta por la habitación, incluso me agaché hasta poder ver lo que había bajo la cama, paseé despacio, repasando con la vista cada rincón de la casa, ella, tras de mí, guardaba un silencio respetuoso, me miraba cuando me acercaba a algún objeto y le dedicaba un poco más de atención, asentía si yo descartaba algún recoveco y lo dejaba sin inspeccionar. Entrando en la cocina, aceleró el paso y me adelantó para recoger un trapo sucio que estaba sobre la encimera de piedra, justo al lado del fogón. Volvió a mirarme y la reconvine con la mirada, haciéndola ver que no debía tocar nada y mucho menos adelantarse a mis movimientos. Salí al patio y le hice un gesto indicándola que no fuese tras de mí. En realidad necesitaba unos minutos en los que no sintiese sus ojos clavados en mi nuca, en los que no oír sus pies arrastrarse sumisos embutidos en las zapatillas de andar por casa.


Pobre vieja, la conocemos todos en el barrio, pero no por eso deja de ser una molestia, si no fuese la viuda de Don Francisco Javier del Campo y Bengoechea, diplomático y amigo íntimo de nuestro alcalde, de qué íbamos a entrar en esta casa, que se cae a pedazos de puro vieja, para buscar a la gata de la Señora Viuda de. Rara es la semana que no nos llega el chico de los recados de los ultramarinos de la esquina con el mensaje de que el felino de la Señora ha vuelto a desaparecer, entonces nos lo jugamos a los chinos entre los que estamos de guardia en la comisaria, al que pierde le toca venir a hacer el paseo, un día de estos, también nos tendremos que jugar quien le dice que la puñetera gata apareció muerta hace ya tres meses en el patio de la casa, que la sacamos como pudimos de allí para que no se diese cuenta y que le dimos un entierro todo lo cristiano que se le puede dar a un animal. En el fondo todos pensamos que a ella, a la señora, tampoco le puede quedar mucho y así nos evitaría el trago.

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