7.9.09

Cosas de familia

El hombre al que le había crecido una pimentera en la garganta abrió la boca y se extrajo un ejemplar rojo, brillante, ideal para hacer pimentón. No era la primera vez que le sucedía algo así, otra vez tuvo kiwis en las axilas, en las dos, esperó una temporada entera con aquello en ese lugar tan incómodo por ver si daban frutos, pero no, debían ser los dos machos o los dos hembras y no procrearon. Se los arrancó. Más incómodo fueron las sandías en los tobillos, el día que las recolectó sintió quitarse un gran peso de encima. ¿Las sandías? exquisitas y con pocas pepitas.

Al principio a sus vecinos y compañeros de trabajo les sorprendía, incluso horrorizaba verle aparecer con lechugas en la cabeza, un pino en el hombro o un clavel reventón en el pecho; pero, al final se acostumbraron y decían,
- ya sabes, son cosas de Damián.
Y si en aquel momento tenía algún fruto maduro no dudaban en tomarlo tirándole del pelo, incluso entablaban discusiones sobre si tal o cual cosecha la tuvo más jugosa o más dulce.

A mí no me extrañó en absoluto esta curiosa facultad, al fin y al cabo, su padre, que en paz descanse, del que yo anduve enamoriscada, antes de que le mandaran a la guerra para no volver nunca, cada dos por tres le crecían nidos de pájaros cantores por cualquier parte y juntos, pájaros y hombre entonaban bellas canciones, así claro, se llevaba las mozas de calle. Lástima que uno de esos trinos le delatase en una ofensiva en el frente de Madrid y un tiro, según cuentan, le abrió la cabeza dejando a los pájaros sin nido, volando alrededor de él, incluso cuando le enterraron tuvieron que espantarlos a tiros y aún así les costó trabajo. Pero, esa, ya es otra historia.

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